A propósito de la toma de posesión presidencial del señor Sebastián Piñera y de su gabinete de gobierno constituido por un grupo de empresarios, un experto en asuntos chilenos subrayó que una cosa es administrar exitosamente algunas empresas, y otra muy diferente dirigir la complicada cosa pública. Aunque tal fenómeno se supone que había quedado suficientemente claro desde los tiempos grecorromanos, vale la pena insistir, como dirían los franceses, en dirección a puntualizar el tema de “la diferencia”, en tanto que las órdenes administrativas en el mundo privado (con algunas sabias excepciones) tienden a ser verticales, en la gestión del Estado y de sus instituciones centralizadas y descentralizadas los dirigentes están obligados a tolerar, cabildear, consensuar y a pactar con las fuerzas más divergentes en aquello que concierne a los intereses democráticos del pueblo, el cual es heterogéneo y cambiante, dicho sea de paso. Nunca monolítico ni tampoco estático, como presumen algunas teorías dogmáticas.
Los dirigentes formados e informados de las instituciones estatales (sobre todo los presidentes constitucionales) están obligados, por principio de cuentas, a dialogar con los individuos y con las fuerzas divergentes de cualquier conflicto, bajo la premisa que nunca hay que perder de vista la dinámica dialéctica del binomio “consenso-disenso”, como piedra angular de las sociedades realmente civilizadas, modernas o posmodernas. Esa relación dinámica debe manejarse con miras a fortalecer la democracia. Nunca para socavar desde adentro sus propios fundamentos, con el propósito ulterior (a veces solapado) de sustituir los modelos democráticos para imponer tiranías económico-políticas, de las cuales quedamos hastiados durante todo el siglo veinte. No hay que olvidar que los verdaderos intelectuales fueron las principales víctimas del fuego cruzado entre los defensores de la democracia occidental y de aquellos que cayeron fascinados en los brazos de los dictadores extremos. Tampoco hay que olvidar que algunos importantes escritores que al principio coquetearon o simpatizaron con los regímenes totalitarios de “izquierda” o de “derecha”, al final de la tarde también fueron víctimas de sus propias obsesiones absolutistas.
Nunca vamos a dejar de insistir que hay que poseer suficientes claridades teóricas e históricas respecto de aquello que se defiende y de aquello que se critica. También hay que poseer suficiente información de lo que ocurre en el país sobre el cual se desea opinar y ejercer influencia política. Un amigo muy querido que vive más allá del Océano Atlántico, me expresaba que en Honduras la situación es tan frágil y tan delicada que al mover un solo ladrillo podría moverse todo el edificio social. Por eso es harto aconsejable que cada conflicto sea manejado con pinzas y con todo el tacto diplomático posible. De lo contrario las cosas se podrían escapar de las manos para complacer, indirectamente, a aquellos individuos que están interesados en aprovechar cualquier fisura económica, política, jurídica y social con miras a desencadenar el caos y “crear las condiciones objetivas y subjetivas para la toma del poder”.
En función de los fuertes rumores que llegan a Tegucigalpa sobre las posibles (o probables) confrontaciones violentas en la zona del “Bajo Aguán” y en la zona sur del país en donde algunos individuos han quemado, en fecha reciente, cuatrocientas manzanas de caña de azúcar, uno hace esfuerzos cerebrales para diferenciar los espacios limítrofes entre la cruda realidad y una especie de guerra psicológica fraguada por personas supuestamente “inteligentes” que desde algunos puntos geográficos específicos del continente americano desearían meterle fuego a toda Honduras. Pareciera existir una mezcla de anarquismo con objetivos políticos precisos, por lo que aquellos que dicen ser “demócratas” corren el riesgo de caer en una onerosa trampa. A menos que adopten las precauciones anticipadas en el caso que las confrontaciones tendieran a crecer.
Comprendemos a fondo las tremendas presiones internacionales sobre la presidencia de Porfirio Lobo Sosa. Sin embargo, ya va siendo aconsejable que el presidente establezca los límites de tales presiones porque al final podríamos correr el riesgo de perder a toda Honduras, y sólo por complacer a personas e instituciones que muy poco saben de nuestras interioridades económicas y de nuestras emergencias sociales y políticas. Una vez que perdiéramos al país entero, tanto a ellos como a ellas les importaría un pepino nuestra particular circunstancia. Las informaciones históricas de hechos análogos ocurridos en el siglo veinte, son incuestionables.
Hay que estudiar con cautela los rumores y los estados de confusión que podrían generarse en las grandes ciudades del país, habida cuenta que es muy poco lo que sabemos de las interioridades de los grandes conflictos que se avizoran en el horizonte, y que los “técnicos” de la política suelen subestimar o minimizar, tal como lo han hecho en el pasado histórico reciente.
Por: Segisfredo infante